INTIMIDAD

Palabras a golpes de fuego.
Sensaciones que explotan por emerger.
Opresión en el pecho por sentir.
Lo bueno y lo malo de ser yo.

domingo, 20 de noviembre de 2011


Extrañezas de la vida.
Cuando nacemos dependemos totalmente de nuestros cuidadores, normalmente los padres. Siempre hay una figura que represente la vida. El asidero a través del cual podemos alimentarnos, asearnos, abrigarnos.
Pero cuando vamos creciendo, nos hacemos conscientes, observamos nuestra propia individualidad y nos dirigimos a levantar las alas y volar libres. Tenemos la necesidad de vivir nuestra propia vida, seguir nuestros propios pasos y experimentar en su plenitud los pros y los contras de ser UNO/A.
Cuando nos independizamos nos cuesta mirar atrás y ver con otros ojos a esas personas que en nuestra niñez cuidó de que nuestros pasos fueran fuertes y seguros. Miramos al frente, ante lo que se nos avecina y eso concentra toda nuestra atención para salir a flote y a buen puerto en nuestro devenir.
Seguimos caminando y llega un momento (a veces no llega) que sentimos dentro la necesidad de prolongar nuestra propia existencia con la creación de un nuevo ser.
Ahora somos nosotros los que hemos de alimentar, asear, abrigar a ese ser indefenso que necesita el sustento necesario para ponerse en pie, andar y por último volar.
Y pasamos de ser el que no mira atrás viendo lo que deja cuando emprende el vuelo, a ser el que mira atrás para darse cuenta que en su momento alguien se quedó en el pasado, a veces incluso en el olvido. Nos ponemos en la situación del otro porque nos toca vivir desde la postura del otro que fue.
Es extraño sentir como cuando nuestros hijos vuelan es cuando más nos damos cuenta de lo que nuestros padres sintieron al vernos volar.
La vida se empecina en enseñarnos lecciones a años vista de lo que fue una realidad que vivimos desde un lugar distinto al que vivimos ahora desde el aquí.
Ahora que soy madre me doy cuenta de quien fui siendo hija.
Extraña visión de la vida.
Eso me hace ver que todo es un proceso solitario que solo uno vive desde este momento presente dándose cuenta de quien fue y hacia donde va.
Nadie más que una misma puede sentir y percibir lo que le toca a cada momento.
Pasos solitarios que van en la misma dirección de todos los demás pasos solitarios que habitan esta vida.

jueves, 17 de noviembre de 2011


Remonto mi mirada al pasado cercano, al mediano, al lejano... y hay que ver la cantidad de cosas que me han tocado vivir. Supongo que como a todo el mundo, pero yo he de ser consciente de mis propias vivencias... en definitiva, son ellas las que me configuran día a día.
Y la cuestión es que muchas veces no somos conscientes de esa vivencia, hasta que ha pasado el tiempo. Y yo ahora veo ese pasado próximo. Empiezo a ver con claridad porqué y para qué he vivido cada una de esas circunstancias.

Han habido alegrías, por supuesto. Algunas grandes (pocas) y muchas pequeñas. Sobre todo, muchas diminutas alegrías que me han hecho de colchón para contrarrestar las caídas que he tenido. He reído y sonreído. En mi cara se han dibujado sonrisas conscientes, pícaras, escandalosas, discretas... ahí han estado y ahí siguen estando, en la memoria de mis células. Al igual que los daños.

Daños directos e indirectos. Daños certeros y colaterales. Heridas sangrantes y algunos rasguños. Como no, todo eso es lo más difícil de sobrellevar. Pero también, todo ello es lo que más ha contribuido a trabajar en mí misma, en avanzar, en crecer, en madurar. Las lágrimas han servido para aligerar mi alma cuando el pesar era tan grande que no cabía dentro. El silencio me ha ayudado a conectar con mi interior... no me preguntes qué he encontrado.. no lo sé, aún no lo sé... pero sé que he estado conmigo misma ahí, en mi interior. Acunándome, acariciándome, lamiéndome las heridas, y al final amándome. Y ha sido curioso. En ese estar dentro de mi y conmigo, se ha despertado una conciencia externa de empatía con el resto de la humanidad. No voy a sufrir el sufrimiento del otro: eso ya sé que solo se vive en primera persona. Pero soy consciente de su sufrir. Y tampoco voy a disfrutar de las bendiciones del otro, porque el otro tiene sus propias bendiciones, como yo tengo las mías. Pero sí siento que nadie es responsable de mi vida. Nadie ha decidido por mi. Yo soy la única que toma sus propias decisiones. Y también quien disfruta sus propias victorias.

En la rotura que se produjo en mi muñeca, se rompieron muchas otras cosas. Ha sido duro vivir esa experiencia. No creo que estuviera preparada para ello. He tenido miedo, tristeza, desolación... Pero ahora creo que se está realizando lo que imaginaba (o visualizaba, o soñaba) que significaba "romperme". Mi mundo se ha roto... y eso no es nada malo, al contrario. NAZCO A UN MUNDO NUEVO. Y eso me parece maravilloso. Y en ese estado me encuentro. Naciendo de nuevo, con ojos nuevos, con esperanzas renovadas, con anhelos y sueños nuevos (sobre todo, porque ahora creo que puedo soñarlos y anhelarlos).

Pinto de colores mi nueva casa. Mi hogar interno se llena de flores como si de primavera se tratara. Y abro las ventanas para que entre aire nuevo. Y se renuevan las palabras... PUEDO.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Ya se verá...


Ahora ya no puedo cerrar más los ojos a la realidad:
Nunca llegaré a ser una escritora famosa ni reconocida... No. Nunca.
¿Qué respondería en las entrevistas cuando me preguntaran por quién me inspira si no soy conocedora de la mayoría de escritores/as?
¿Cómo podría introducir en una conversación algún fragmento de mis libros más conocidos o queridos o seguidos si no memorizo nada de todo lo que leo?
Escucho entrevistas en la radio a escritores y escritoras... y yo, soy diferente a ellos/as: no tengo esa seguridad en las respuestas... y no creo que nunca la tenga. Solo se lo que se, lo que pienso y siento... y cómo lo reflejo en mis escritos, con mis palabras, con mis formas... ni novela, ni poesía, ni ensayo... ¿ésto qué es? Y claro, así, ¿cómo me voy a dejar entrevistar?

No tengo mucho que decir. No tengo casi nada que contar.
Hasta hace muy poco, mi vida me parecía digna de película... por lo menos, peculiar dentro de su simpleza.
Ahora, ya no vale nada como para poderlo reflejar.
Soy una persona vulgar, común y corriente... que lo único que le interesa es trabajar para pagar facturas; tener una estufa para calentarse en invierno; una televisión a la que NO observar cuando se quiere evadir; quien habla mucho y dice poco... solo lo convencional.

Y sin embargo... aun queda una esperanza.
Un pequeño guiño. Un empujón de cara. Un ánimo importado de quien me quiere animar. Un cansancio de no hacer lo que tendría que hacer en vez de hacer lo que estoy haciendo. Y todo ésto, sin pestañear... No sé si solo son las altas horas de la madrugada... o que algo empieza a cambiar.

Se verá...

Regalos que recibo