INTIMIDAD

Palabras a golpes de fuego.
Sensaciones que explotan por emerger.
Opresión en el pecho por sentir.
Lo bueno y lo malo de ser yo.

domingo, 9 de octubre de 2011

Esperando el final.


Tengo 92 años.
Mi mujer murió hace dos meses.
La fuí a despertar, como todas las mañanas después de hacer el café... y no respondió, no me contestó.
Estaba fria, helada, con un helor que no noté mientras dormía a su lado por la noche.
La contemplé un rato.
Su cara reflejaba una paz como si nunca hubiera sufrido nada.
Y me dejó.
Sabíamos que cualquier día, cualquiera de los se se marcharía. Estábamos preparados pero eso no quitó esta sensación de vacío, de soledad.
Se fue. Y ya de ella no queda nada. Casi no quedo ni yo.
A mi edad, lo único que queda lúcida es mi razón. Mis ojos casi ya no ven. Mi cuerpo está todo tembloroso. La respiración apenas llega al pulmón.. mucho menos al corazón. Pero sigo consciente, despierto, presente en todo lo que ocurre a mi alrededor... y en mi interior.
Y ahora ya, sí que no pasa nada.
Los hijos decidieron lo que era mejor. Aquí estoy, en este geriátrico, atendido, cuidado y... muerto.
Muerte es lo único que me espera.
Estando con ella, con la que se fue y me dejó, el uno por el otro era como una obligación querer vivir. Y ahora ya no queda nada.
Solo pasas los días... vegetando.
Y esperando que cualquier día caiga sobre tu cuello la guadaña del vigilante del más allá.
Ya no aspiro a nada. Ya no hay nada que pueda madurar. Lo que tenía que hacer, lo hice en vida, cuando había que hacerlo, con ganas y fuerza. Ahora, ya no queda nada.
Y me pregunto tantas veces:
¿Para qué vivir una vida tan larga? ¿Qué hay más que hacer cuando en verdad no queda nada por hacer?
Toda la vida aprendiendo (ahora no sé el qué), corriendo (como carrera de obstáculos para no llegar a ningún sitio), intentando vencer la apatía, el desánimo, el cansancio, el miedo a no hacerlo bien...
Primero los estudios, el trabajo luego. Llega una mujer y con ella, al poco, los hijos.... después los nietos.
Dejas de ser útil y sigues andando, por miedo a caer, sin saber hacia donde, hasta cuando...
Y al final ves que nada es para tanto. La vida no es para tanto. Tantos miedos, tantas preocupaciones, tantas ambiciones... cuando llegas al fin, no queda nada. Seguro que si hubieras vivido una vida diferente, posiblemente llegarías igual a donde yo ahora me encuentro: en la recta final, a la espera del último viaje.
Las risas y los llantos vienen y van como las estaciones del año sin que las puedas evitar... y que nada dura cien años.
Que llega un día en que solo vives esperando el día que te tengas que ir. Y que le temas o no a ese paso, el dolor está aquí... no al otro lado.
¿Será hoy? ¿Será mañana? Que triste espera cuando ya no queda nada.

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