Como mi memoria me falla, no recuerdo bien sus facciones pero casi seguro que sí tenia un parche en el ojo y pata de palo... y un loro sobre el hombro. Sí recuerdo con certeza sus muchas cicatrices, las visibles y las que sólo se ven cuando escarbas bajo la escarcha.
Arribó a puerto un noche de primavera y antes de volver a emprender el viaje, quiso contratar nuevo grumete.
En la barra de un bar nos conocimos tomando un buen orujo de hierbas y cuando me habló de sus intenciones le mostré mis credenciales, ávida de embarcar hacia nuevos rumbos, nuevos horizontes. Las miró y releyó unas cuantas veces... y le gustó lo que vio... peeeeeeeero (como siempre hay un pero) decidió que no me contrataba por ser mujer. Me dijo que si lo hiciera, lo más probable es que se produjera una rebelión a bordo... los hombres suelen pasar mucho tiempo sin pisar tierra, sin pisar puerto, sin una mujer a la que amar...
Y fue de esa manera como viajé y volé sin tan siquiera moverme del malecón, viendo partir aquel velero cuyas velas yo no desplegué.
Desde entonces, cada vez que miro al mar, al horizonte, creo divisar la figura de aquel capitán pirata errante cuyo botín más grande era su propia libertad.