INTIMIDAD

Palabras a golpes de fuego.
Sensaciones que explotan por emerger.
Opresión en el pecho por sentir.
Lo bueno y lo malo de ser yo.

domingo, 7 de diciembre de 2008


Caminando por el letargo de mis sueños encontré la roca sagrada donde el sol se escondía cada noche para contemplar embobado la cara oculta de la luna.

Embriagado por su sencillez y dulzura, cada día se retrasaba más en abrir en abanico sus extensos dedos de luz y calor para la Humanidad, hasta que llego el día en que se le olvidó por completo el cometido para el cual estaba destinado.

La vida en la Tierra se fue apagando lentamente, entre agonizantes heladas y cegadoras oscuridades. Todo empezó a dejar de latir, de ir hacia arriba para encogerse entre los ramajes secos de la agonía.

La muerte anunciada de la Vida llegó tan y tan lejos que hasta la propia Luna perdió su encanto, pues fue desapareciendo poco a poco en el más absoluto ocaso de los tiempos.


Cuando el Sol se dió cuenta de lo que ocurria a su alrededor, se levantó temeroso de no llegar a tiempo para regenerar las células moribundas de sabia. Sus lágrimas cálidas empezaron a llenar el planeta de color efímero, que fué bien aprovechado por las pocas supervivientes células madre que aun quedaban.

Tardó tiempo regenerar el palpitar de los árboles, de los animales, de los hombres.. pero se consiguió, se pudo volver a prodigar en risas, cantos y bailes de jubilosa exiténcia la inminente Vida terrenal.

Tan solo algo murió y fué para siempre. De la órbita de la Tierra se desprendió el motivo de la casi destrucción total de la alegría.

Ya nunca más las mareas subieron y bajaron ayudando a unos y otros a jugar con sus olas. Ya nunca más los enamorados hicieron manitas bajo su influjo.

Ya nunca más el Sol volvió a sonreir con la misma fuerza, pero consiguió mantenerse alerta por el valor que tenía para algo tan simple y tan maravilloso a la vez como ese pedrusco grande llamado Tierra.

Regalos que recibo